Desde que nacemos tenemos a alguien a nuestro lado que se encarga de todas nuestras necesidades y, con el paso del tiempo, vamos siendo conscientes de que somos nosotros quienes debemos coger el relevo para estar cerca de quienes nos necesitan.
El estilo de vida, las prisas, así como ocupar demasiado tiempo pensando en los problemas constituyen algunos de los grandes enemigos en la vida diaria de las personas, convirtiéndose en un impedimento para prestar más atención a lo que ocurre a nuestro alrededor.
En cualquier caso, es importante recordar que cuidar siempre debe ser una decisión, no una obligación. Escuchar a un amigo, conversar con la pareja o preocuparnos por el día a día de los padres e hijos son algunas de las acciones que permiten cuidar las relaciones.
Cuidar de otros es cuidar antes de nosotros mismos
Cualquiera que haya tenido que estar al cargo de una persona con necesidades especiales o con algún tipo de enfermedad es consciente de la exigencia que supone hacerlo, tanto física como emocionalmente. La persona cuidadora debe ofrecer una actitud positiva, calidad de vida y felicidad a una persona dependiente, incluso en los peores días.
Sin embargo, esta actitud puede provocar dificultades en la gestión de las emociones y cierto desgaste físico y mental. Por este motivo, es necesario tener una actitud de autocontrol y resiliencia ante este tipo circunstancias.
En este sentido, el cuidador debe promover una buena actitud y predisposición en sí mismo, incluso antes de poder hacerlo con la persona a su cargo. De esta manera, es posible hacer frente de manera efectiva a los cambios y circunstancias que se le puedan presentar. Los niveles de ansiedad e inseguridad que se viven con la incertidumbre de un familiar enfermo son contrarrestables con ánimo y motivación.
La complicidad entre el cuidador y el enfermo
La autoestima del cuidador también debe alimentarse. Y es ahí donde el enfermo juega también un papel importante en el cariño y la comprensión, sin caer en la manipulación o el victimismo. Pero el cuidador también tiene en su mano el poder crear una relación afectuosa que fluya entre ambas partes.
El tiempo compartido y afrontar juntos los obstáculos de la enfermedad fortalecen la complicidad entre uno y otro, pero es importante que el exceso de confianza no termine en exceso de responsabilidades.
Nadie tiene el poder de curar, por lo que el enfermo debe aceptar que la persona cuidadora no es responsable de lo que le ocurre. Simplemente es alguien que ha decidido acompañarle, atenderle y animarle en su lucha.
Mantener la calidad de la vida propia y cuidar al enfermo
Asumir el rol de cuidador no es una obligación. Los objetivos personales de cada uno no pueden verse impedidos por esta circunstancia, porque el desgaste emocional es inevitable. Cada persona tiene sus propias necesidades y si las del cuidador no están satisfechas, difícilmente podrá satisfacer las del enfermo.
El ocio, el trabajo y los momentos para uno son indispensables para poder compaginar de forma equilibrada la vida propia y la de la persona que tiene a su cargo, y eso es algo que ambos deben saber.
Es realmente importante que el cuidador mantenga su calidad de vida y salud, sintiendo en ocasiones el apoyo de un tercero que le ayude a gestionar todos los pensamientos que fluyen por su mente.
Pedir ayuda a familia, amigos o, incluso, al psicólogo, puede ser una vía que mejore su vida y, en consecuencia, la del enfermo. La paciencia, la flexibilidad, el afecto y la capacidad de adaptación son habilidades que el cuidador debe cultivar, pero también verse reforzadas por las personas a su cargo, pues contribuyen así a que la relación sea sana y de calidad